En mi recorrido profesional como psicóloga he incursionado por diversos postgrados, seminarios, cursos y talleres cada uno con propuestas diferentes acerca de cómo encuadrar una problemática y cómo tratarla, todos con el mismo fin de ayudar a las personas a resolver sus problemas y sentirse bien. Encontré en los distintos marcos teóricos, valiosos aportes, siempre con el objetivo de resolver los problemas de las personas, partiendo de la observación del síntoma, de la enfermedad, o del trastorno.
Siempre estuve abierta a esos aportes, encontrando en cada uno algo útil para mi trabajo personal y profesional. En el camino me invitaron a hacer Biodanza hace aproximadamente 6 años, y en mi experiencia personal, a partir de lo vivenciado en las clases me di cuenta de muchas cosas acerca de mí misma, aspectos que no llegaron a mi conciencia en mis años de análisis. Comprendí la importancia de integrar el cuerpo en nuestro proceso de crecimiento, porque nuestra vida se inscribe allí, dejando huellas, marcas, bloqueos, así como también importantes fuentes de energía. En la medida en que fui profundizando fui tomando conciencia de los efectos fisiológicos, emocionales y afectivos que se producían en mí.
Encontré en Biodanza una posibilidad más y muy potente, de conocerme, de aprender, de crecer, de crear, de dar y de sentir la alegría de vivir.
Decidí formarme en este sistema convencida de sus efectos, para profundizar mi autoconocimiento, y para incorporarlo en el trabajo con las personas.
La propuesta de Biodanza me resulta muy atractiva fundamentalmente porque no parte del síntoma, de la enfermedad o del problema, sino que con una mirada positiva y optimista, pone en primer lugar la posibilidad de cada uno, proponiendo ejercicios, que facilitan un reaprendizaje de nuestro modo de andar por la vida, de comunicarnos, de expresarnos, de vincularnos y de conectarnos con el universo, ejercicios que en un proceso de continuidad, de práctica, de internalización, van ampliando nuestras posibilidades favoreciendo nuestra expresión y expansión, promoviendo una fuerte conexión con la vida y sentido de libertad.
Durante estos años de aprendizaje, mis caminares por la ruidosa ciudad de Buenos Aires fueron tomando un matiz más placentero, con una postura más erguida y segura, poniendo mayor atención a los elementos de la naturaleza que se mostraban entre los ladrillos de la ciudad, percibiendo con mayor entusiasmo las flores de los balcones, valorando su belleza, y disfrutando de mi propio balcón observando el proceso de la naturaleza en las plantas y flores que le fueron dando color y energía.
Durante los fines de semana pude observar en un espacio natural más amplio que las plantas de mi balcón, no sólo el proceso de crecimiento de plantas y flores, sino cómo estas luchan entre ellas para recibir la energía del sol, algunas caen en el camino, otras deben torcer el camino para obtener lo que desean, y otras logran integrarse, generando un nuevo paisaje, combinando flores y hojas con una belleza que jamás podrían lograr por sí solas.
Poco a poco fui realizando cambios en mi modo de vincularme con mi alrededor. Al tomar conciencia de mis limitaciones afectivas, como dar y recibir abrazos, caricias, entre otras cosas, y ponerlo en práctica en mis clases semanales, se me abrió la posibilidad de trasladarlo a mi vida, a mis hijos, a mi madre, a mis hermanos y a mi pareja, iniciando un proceso en mi desarrollo afectivo que aún continúa.
Mi conciencia se fue ampliando, registrando nuevas cosas de mí misma, explorando nuevos movimientos, aprendiendo nuevos modos de relacionarme, de aceptar a los demás con sus modos particulares de ser, entendiendo que las diferencias no deben asustar sino que están para enriquecernos.
Todo esto me hace pensar en los seres humanos, en el miedo que generan las diferencias, que nos llevan a pelear en distintos grados, hasta las guerras, donde sin duda, sobrevive el más fuerte. Ocurre en la naturaleza, por lo tanto ocurre en la naturaleza humana, pero quisiera focalizar mi mirada en la integración, tal como también se observa entre plantas, animales y todos los elementos del universo.
Cada movimiento de la naturaleza me resuena en mis propios movimientos, individualmente, con otro y con muchos otros. La Biodanza con sus músicas, danzas y ejercicios, individuales, en par y en grupo, me ha mostrado un nuevo camino de autoconocimiento, de vinculación, de expansión, de armonía y de integración.
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